I
La narrativa del colombiano Fernando Vallejo también surge transgrediendo las convenciones narrativas como producto de una sensibilidad, el “camp”, que la vincula estrechamente con la homosexualidad. Este camp, pretende denunciar el carácter biológicamente indeterminado y socialmente construido de la sexualidad. En tanto es expresión, utiliza recursos como la ironía, el esteticismo y la exageración humorística, los contrastes entre masculinidad y femineidad, ancianidad y juventud, miseria y lujo, la parodia de géneros y convenciones literarias, y, por tanto, la exhibición del artificio literario, lo que genera cierto efecto barroco ya observado por autores como Arno y Spiller. Vallejo declara que ya no lee más ninguna novela, todas sus novelas son claros ejemplos de esta destrucción de las convenciones narrativas, no solamente la elección de la primera persona para la totalidad de su obra, sino en la capacidad de adentrarse en el epicentro de las cosas y comenzar a narrar a partir de allí: ese lugar de crisis del Yo en el que el barroco se pliega a modo de problematización del sujeto y mantiene constante una tensión que trasciende todo metarrelato histórico; ese espacio de crisis, ese epicentro tanto en El Desbarrancadero, La Virgen de los Sicarios, La Rambla Paralela o en ese monumento al Yo que son las cinco novelas que componen El Río del tiempo, existe un narrador que gira y contextualiza los personajes siguiendo esta norma de romper con los moldes convencionales.
II
Todas las historias, como profesa Ricoeur, son relatos que se identifican con el autor en tanto identidad narrativa más que como autobiografía, una persona no puede nunca aprehender su propia historia tal como sucedió sino como puede recordarla, este es un sesgo hermenéutico importante ya que nos lleva a pensar que el autor no es el protagonista de todos los hechos de sus novelas -aunque probablemente sí de muchos de ellos-, sino más bien, marca un territorio en el que la referencialidad es la señal por la que su escritura va construyendo ese yo narrativo con el que se identifica, un derrotero que lo posiciona ante y en el mundo, y un manera también de construir su propia subjetividad .
Los dos eligen el texto como propiedad hermenéutica, en el caso de Walter Benjamin, vislumbró hacia principios de siglo el objeto texto como particularidad para comprender el mundo, un microcosmos en el que el pasado y el futuro se superponían en un presente que por esa misma superposición se vuelve caótico. En efecto, el alemán promulga la participación activa del sujeto en el trabajo de interpretación, teniendo en cuenta que, en ambos casos, es decir tanto el texto como la realidad se mueven, tienen vida, porque el pasado se mueve dentro de la memoria, el texto sirve para comprenderlo en un instante de peligro, como cita en una de sus tesis de filosofía de la historia.
En Vallejo, la autorreflexividad que cita Carmen Bustillo funciona como síntoma dentro de sus escritos, como una unidad sintomática que corrompe, la escritura misma corroe el interior del novelista, los intersticios de los significados provocan un ultraje semántico en el que es necesario desplazarse en primera persona
en este negocio el que no es poeta o novelista de tercera persona se quedó colgado del trapecio en el aire fuera del circo. Qué más da. ¡Cómo va a saber un pobre hijo de vecino lo que están pensando dos o tres o cuatro personajes! ¡No sabe uno lo que está pensando uno mismo con esta turbulencia del cerebro va a saber lo que piensa el prójimo! ¡Al diablo con la omnisciencia y la novela! Yo creo en quien dice humildemente yo y los demás son cuentos
La novela se torna un lugar doloroso, equivocado, el mundo narrativo es un espacio en el que su autor, como diría Ricoeur, compone una trama con el objeto vano de ordenar un caos, de encontrar una distensión allí donde más se tensan los componentes en permanente estado de disidencia; su perpetua reflexión es tanto interna como externa en una especie de relación paradojal, a saber: la novela resulta una ordenación de un caos porque la vida es un caos, pero también porque la experiencia interior es caótica. La novela así, el espacio de la enunciación, es lo que resulta de la experiencia interna del sujeto, una experiencia que no roza la tendencia en tanto inclinación de parte del escritor de rechazar o negar para superponer sus propios argumentos, sino para dar por sentado la singularidad de su crítica.
III
Esta tendencia del autor como productor de un texto que adviene en Vallejo bajo una forma inquietante, disidente, sumida en la perspectiva barroca que lleva en la autorreflexión interna de un sujeto histórico el espectro de una tendencia particular de novela más que un propósito de tendencia política, fue la que llevó a Benjamin a formular sus primeros bosquejos acerca de cual debe ser el sujeto histórico que se debe elegir como modelo. La tendencia, escribe hacia principios de siglo, es un instrumento completamente inadecuado para la crítica literaria política, solo se torna valedera cuando esa tendencia incluye solamente la idea de una tendencia literaria.
¿Cuál es el significado que encierran estas líneas en el pensador alemán? ¿Qué implica el concepto de tendencia y su valor como correlato dentro de una experiencia barroca que apunta a la idea de lo disidente en un marco secular? Benjamin cuestiona las relaciones sociales de los autores de principios de siglo al igual que el colombiano pone en vilo la importancia no solo de autores sino de la novela misma; aquellos que crecieron bajo el dominio del contexto ilustrado, preguntándose qué pasa con dicha obra respecto de las relaciones de productividad de su época; pero Benjamin, bastante alejado tiempo después de su coetáneo Marx, ya no le interesaría lo social en el mismo sentido que a éste, ya no se preguntaría –al igual que la crítica literaria de su época- qué pasa con la obra respecto de su medio de productividad, no mencionaría la palabra producción sino más bien, su interés lindaría con la obra y sus técnicas, es decir, preguntarse si ésta aspira a transformaciones de intervención activa. Benjamin planteaba una realidad diferente, la de un autor que reaccione contra lo que la historia tiene de constructora del sujeto, ahora la realidad en tanto capacidad de la historia para construirse moldea al hombre en una sociedad corroída en la superficie y en su interior. Del mismo modo que para Vallejo la historia levantada tras los escombros de la modernidad y su posterior transformación semántica (sobremodernidad, hipermodernidad) es la que fue deformando al hombre a su imagen y semejanza. Este deconstruir tiene asidero en la capacidad del protagonista de invertir lo que en apariencia es la realidad de y para los otros, una descentralización de la realidad, una facultad de ver el lado des-esperanzador que tiene la política, la pobreza y la iglesia católica. Vallejo elige para su literatura un personaje-lumpen que elige pensar ante cada una de las cosas, es alguien que mira y denuncia, levanta su voz aunque nadie lo escuche, abarca con su mirada gélida la causa de las cosas, sin analizarlas, pero también sus consecuencias, de ahí esta experiencia con cierta tendencia teleológica (entendida como finalismo) del escritor colombiano: posa su atención no tanto en el inicio en tanto causa fundante y originaria (aunque lo conoce), o en el desarrollo fundacional posterior de cada una de las cosas que observa (aunque también lo conoce), sino más bien hace hincapié en lo que todas las consecuencias de esos rasgos fundantes tuvieron de devastadoras; casi un siglo atrás Benjamin prefiguró esas consecuencias, este tal vez sea el matiz más notorio de su filosofía de lo irreparable: el de leer estrictamente el caos instalado sin prácticamente mirar hacia atrás, excepto cuando lo requieran sus propias paradojas como observaremos adelante.
Esta forma de instalar su mirada a través de un aparente desorden interior, lleva al escritor latinoamericano a circunscribir su enunciación dentro de los límites de una descentralización que opera a favor de un barroco antagonista a la modernidad instaurada durante el siglo XX, empeñada en cuestionarle a la realidad su desempeño racional y descentralizar todo tipo de periferias; en estas periferias se instala para cuestionar la pobreza, un elemento que la novela del período de la ilustración tomaba como primordial junto a la burguesía para describir las tensiones entre clases. Para Benjamin, es el lumpen el sujeto ideal, no la pobreza que calla, ese sujeto es elegido como una suerte de Aleph borgeano que todo lo mira y observa aunque no siempre logre comprenderlo, poniendo su atención en las ruinas no solo de Alemania sino de los lugares por los que ha pisado: París, Capri, Berlín, son solo algunos de los focos sobre los que posa su mirada. Benjamin no elije la pobreza como clase social histórica como lo hace su coetáneo Marx, al alemán le interesa el ser humano que protesta, razona y dirige su discurso hacia la pequeña letra, es decir, aquellos intentos de proyectos que son destruidos. El escritor colombiano lo hace no solo con su tierra natal: Medellín, Sabaneta, Bogotá; también con España y México en La Rambla Paralela y Roma en El Desbarrancadero; su derrotero siempre es el lumpen, nunca un pobre, por el contrario, apunta y dispara sobre la pobreza refiriéndose con todo el desdén posible, ¿qué podía nacer de semejante esplendor humano?, una ironía profunda, un discurso ácido para una realidad que en su mayoría la literatura suele poner de relevancia e intentar su salvaguarda. En efecto, la mayor parte de los escritores –en muchos casos tal vez sea una postura, incluso una postura de izquierda- la pobreza es utilizada para salvación del ser humano y perfilar al que escribe como a un ser denunciante y moralizante de lo correcto. Para Vallejo, por el contrario, en su exceso verbal el pobre no tiene ningún sentido en la sociedad, es escarnio, deshecho, la única solución posible para el conjunto de pobres que en Colombia se denominan comunas es el paredón, como dice en la Virgen de los sicarios al referirse al tema; ni siquiera tiene piedad con los primeros campesinos que llegaron a Colombia, aquellos hombres que coadyuvaron al crecimiento de la nación tienen tanto derecho al paredón como los pobres de ahora, eran gente que traían del campo sus costumbres… robarle al vecino y matarse por chichiguas, Vallejo necesita acabar con una pobreza que contribuyó al daño que sufre su país con sus maldades, sus mezquindades y sobre todo con la cantidad de hijos que paren por año, como si uno de los efectos que emanan de estas relaciones de causas y consecuencias fuera la proliferación de la población.