Hay, en Mercedes Roffé, una poética común con otro grande de la poesía argentina, me refiero al artista plástico y poeta Hugo Padeletti. En éste último la poesía se torna un medio lingüístico para acceder a un sentido determinado de la vida, tal vez al “sentido mismo”, recuperado en la vida del viajero. En palabras de Jorge Monteleone, “el que recorre las estaciones es el Andariego, el errante”, temporal y espacial.
En Roffé, esa errancia, esas etapas que en Padeletti son estaciones, se recorren a lo largo de un día o de todos los días, fundados en la luz del día o la luz de la noche. Dormir con los ojos abiertos, bien abiertos, Dormir alerta…. Residir la noche entera en la vigilia/residir la noche toda insomne. Aquí la poesía se vuelve un lugar múltiple de observación, pero una mirada del lenguaje ya no puesta en el significado sino carente de él. En efecto, después de la comprensión de un concepto, después de la palabra adviene la realidad, el verbo, la conjunción del que observa y aquello que fue observado.
La intención de escribir en Las Linternas Flotantes, es el acto mismo de la comprensión ya iniciado en La Ópera Fantasma. La lengua poética se vuelve un intermedio, una lectura puente entre el percibidor y el objeto. El objeto, es decir, lo real de la naturaleza poética, es a veces un centro, una llama, o un cuerpo celeste como la luna, en un pasaje que recuerda por momentos el lenguaje impregnado de la metafísica de Holderlin, más allá, donde mora la luna/ no su reflejo/sino su cara de plata verdadera.
A diferencia de Padeletti, en la poesía de Roffé no existe un viajero o un andariego, aquí, el errante, vale decir, está en el verbo, en el infinitivo Dormir, residir y estar, el poeta errante se halla dentro de una Cifra, un Verbo, al que pertenecen todos los lugares desde los que se observa. La causa de ese residir en el Centro o en la Cifra hay que buscarla en el poema I, en la suspensión de los sentidos como segundo acto poético, un acto de despojo de la poesía misma en la que no queda nada. Porque es recién después de la des-cripción del ritual de la poesía que los sentidos se anulan para percibir el contacto directo de la experiencia poética: Suspensión del sentido para ver lo pleno/suspensión del sentido para oír lo pleno/suspensión del sentido para oler y tocar… lo múltiple y uno/lo intraducible.
Lo Uno como presencia, como principio trascendental (parousía), puede ocultarse al hombre debido a su propia intención, cuando la condición epifánica se produce ésta parece más un inicio que un descubrimiento. Paul de Man afirmaba que el lenguaje poético sólo puede originarse nuevamente, una y otra vez: esto es siempre constitutivo, pero por esa misma razón, incapaz de proporcionar otra fundación a aquello que postula que no sea la intención de la conciencia. He aquí la paradoja que plantea Roffé, aceptar esa facilidad es el índice de nuestro deseo de olvidar. Nuestras ganas de aceptar el enunciado como tal, es decir, lo poético en lo múltiple y uno, la belleza del verso, proviene de que la poeta combina, por un lado la idea de un percibidor (Roffé) observando a través de espejos, Porque hay verdad y hay ecos/ Hay verdad y hay sombras, las sombras, los ecos como espejo desgarrador, como elemento irracional (léase Wallace Stevens) del lenguaje poético. Y, por otro lado, la verdad, eje central que permanece con el rostro velado bajo la Metáfora misma, la estabilidad ontológica del objeto natural, proveniente de la trascendencia de su fuente.
En Mercedes Roffé la intención de esta metáfora es la negación de una figura adánica conocida Caída no hubo/ ni Hombre ni Mujer primeros, ni siquiera un principio conocido, Ni aciago Demiurgo, porque lo conocido surge de la interpelación del lenguaje poético, de lo doloroso de la escritura misma, de la angustia que genera obtener el placer de la palabra exacta. Esa palabra, afortunadamente para nosotros lectores, está en Las Linternas Flotantes.