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Si hubo, a mi criterio, un poeta al que le costó seguir una línea definida ese poeta fue Ted Hughes. No digo que esto vaya en detrimento de su obra poética, por el contrario, a Hughes hay que observarlo por otro lado.
Pertenece a la generación que siguió, después de la Segunda Guerra Mundial, al llamado Movimiento de los Cincuenta. Por aquél entonces no originó ningún punto de ruptura, por el contrario, dio de la poesía inglesa la imagen de una empresa poco arriesgada, acusado muchas veces de desinterés por explorar las alternativas que la lengua inglesa ofrecía. Más si se recuerda que el comienzo de su obra linda de forma paralela con Poemas Manzanas de Joyce (sólo por mencionar al más paradigmático), y mucho más si se piensa en lo que sucedía del otro lado del atlántico con el despliegue de vitalidad de la poesía norteamericana de entonces: los “excesos” atribuidos por el grupo de Hughes a sus predecesores: Dylan Thomas, David Gascoyne, los neorrománticos y los surrealistas. En principio fue calificado de “blando”, después de “nostálgico”, pasando por la idea de un místico cuyas raíces pueden rastrarse en su libro The Iron Man. El poema La Luna Llena y la Pequeña Frida podría oficiar como ejemplo en los versos:
…oscuro río de sangre, mar de guijarros,
leche balanceándose sin llegar a verter.”
¡Luna!”gritas de repente, “¡Luna!, ¡Luna!”.
La luna da un paso atrás igual que un artista
contemplando asombrada una obra
que a su vez la señala asombrada…
Aquí los versos responden a cierto primitivismo lírico en el que se funden la nostalgia de lo perdido en la infancia, esa capacidad de asombro representada en la pequeña Frida, hasta cierta ingenuidad con la que observábamos al mundo, con la imagen mistificadora de un astro. En otro poema titulado “Cuervo más Negro que Nunca” hay un mediador entre Dios y el hombre, entre el creador y sus criaturas, los primeros versos dicen:
Cuando Dios, asqueado del hombre,
se volvió cara al cielo,
y el hombre, asqueado de Dios, se volvió cara a Eva,
todo pareció desmoronarse…
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Sujeta a un deliberado afán de moderación, escéptica, irónica, racional, su poesía es además casi indiferente a la exploración del lenguaje y particularmente “insular”. Hughes perteneció a un grupo entre los que se contaban Thom Gunn, D.J. Enright, Kingsley Amis (padre de Martin) y otros. El grupo, cuya trascendencia fue muy corta, incorporó temas relativamente nuevos: la vida pequeño-burguesa, el barrio, la provincia, y en el caso de Hughes lo hizo con bastante originalidad. Sin embargo, parecería que su poesía, por momentos asordinada y lánguida en sus comienzos, causa un efecto al principio y otro distinto a medida que se avanza en su obra.
Hacia 1955, tras seis años de silencio y con Eliot, Thomas y Auden por toda noción de la poesía inglesa moderna-, la lectura de norteamericanos como Shapiro, Robert Lowell, Wilbur y Crowe Ransom, marcan profundamente la poesía que le sigue. Tal vez Hughes, al citarlos años después, revaluó a alguno de ellos como estímulo por obras posteriores. La lectura de Ransom lo dotó de un matiz clásico sobre todo en cuanto a lo romántico con poemas que satisfacían la nostalgia del pasado sin caer en la mera remembranza.
Por entonces, su esposa Silvia Plath, también un Robert Lowell, fueron calificados como poetas crueles, al llevar al extremo la vitalidad anlgosajona y civilizatoria característica en este contexto cuya lectura ya comienza a rastrearse en un Thomas Hardy, aunque en el caso de éste último se advierta una desesperación tal vez más exagerada -aunque menos evidente que en Plath-, sobre todo teniendo en cuenta su inserción decimonónica. Pienso a Ted Hughes después de casarse con Silvia Plath en el 56 e instalarse en los Estados Unidos, más cercano a la poética de un Robert Frost e incluso de un Roethke. Con este último comparten la labor de haber escrito poemas para niños, tal vez un dato no menor. Contrariamente a Plath, el Frost de Acta de Juicio, hay en Ted Hughes una violencia distinta. Por momentos su poesía linda con el primitivismo de la lectura del Libros tibetano de los muertos que leyó junto a su esposa apenas llegados a Norteamérica. Aquí lo violento, el pesimismo de la existencia, un poeta que mira la Creación como una pesadilla sombría:
Negro era el ojo por fuera
Negra la lengua por dentro
Negro el corazón
Negro el hígado, negros lo pulmones
Incapaces de aspirar la luz
Negra era la sangre en su túnel estrepitoso
Negras las entrañas amazacotadas en el horno
Negros también los músculos
Esforzándose por salir a la luz
Negros los nervios, negro el cerebro
Con sus visiones sepultadas
Negra también el alma, el inmenso tartamudeo
Del grito que, al hincharse, no podía
Pronunciar su sol.
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Dicha violencia abarca también a animales, mar, páramos, viento, nieve, tormentas y aun a las plantas, mientras aparecen en la vertiente tranquila la paz bucólica de “La luna y la pequeña Frida”, la suavidad de “En abril”, el éxtasis de “La oca salvaje”, la nostalgia de una vida extinta en los lugares evocados por Los Despojos de Elmet. Por otra parte, está cerca del nonsense en “Cuervo improvisa” o “Magia celeste”; y del automatismo en las retahílas de “Canción de amor”, sin embargo esto no da a su poesía restos de surrealismo, las imágenes no se suceden al azar como podemos encontrar en un Breton. Aquí las imágenes, incluso la sintaxis, forman parte de una espacialidad y una temporalidad discursiva que actúa solamente a favor de una continuidad, un dinamismo que nunca reconoce, como en la mayor parte de la poesía inglesa, ninguna clase de hermetismo como sucede en Yeats por ejemplo. Repito, no hay casi en la poesía inglesa una línea tradicional en la que estalle el lenguaje anglosajón como sí sucede en un Beckett o un Joyce. En Hughes lo que existe es un lenguaje directo, incluso una tendencia arcaizante en el uso disperso de monosílabos y aliteraciones. Pero la presentación estética es la de una concreción conjunta entre una imagen natural y cierta exploración interna, como puede rastrearse en el poema Abel Cross, Crimsworth Dene:
Donde las madres cabalgan
A galope en sus almas
Donde los aullidos del cielo
Llueven a mares, se precipitan
Sobre las tierras buscando cuerpos
De pájaros, animales, gente
Una dicha surge de pronto, secreta y salvaje,
Como el canto de una alondra apenas audible
Oculto en el viento
Un gozo callado y maligno
Como la piedra de un astro quebrado
Que sabe que nada más puede sucederle
En su cuna-sepulcro.
Aquí la presencia cosmológica es la marca de gran parte de la poesía de Hughes, apenas hay un Yo perceptible en su poesía en el que la tensión se halla más dentro de la naturaleza que en el poeta mismo, como si la tensión continua de su poiesis perteneciera más a la naturaleza que al poeta. Como si la experiencia de la escritura lindara más con una visión estática del fluir del universo que con un Yo lírico abriéndose paso en medio de la escritura.